Si encuentras a Buddha en el camino, mátalo: famoso dicho zen. Después de la Resurrección, de acuerdo a los discípulos camino a Emaus, se dice que al partir el pan, sus ojos se abrieron y ellos Lo reconocieron, luego, ‘El desapareció de su vista’. Toda tradición espiritual tiene un elemento iconoclasta, como destruir incluso las imágenes sagradas y el desprecio de todo dogma a expensas del verdadero soberano. San Gregorio de Nyssa llegó a decir que toda imagen de Dios es un ídolo. Si visitamos una bella iglesia de campo inglesa, pulida por centurias de cultos vemos las estatuas de Jesús, de María y de los santos decapitadas por extremistas puritanos, fundamentalistas de otrora. Entonces, la tristeza toca nuestras almas debido a la insensible profanación de la belleza e intolerancia en contra de las formas de reverencia practicadas por otros. Cuando los talibanes destruyeron los antiguos y enormes Buddhas de Bamiya, el mundo se estremeció. Poner en tela de juicio las imágenes incluso las sagradas es necesario, aunque no siempre. Tomen una bella percepción nacida en un glorioso momento de sabiduría, transfórmenla en una idea, luego en una verdad no-negociable; congélenla en un particular conjunto de palabras y transfórmenla en un test de ingreso del grupo al que ustedes pertenecen. La forma rígida de la percepción original necesita ser destruida – a pesar de que parece que estuviera desapareciendo y tememos al vacío que se muestra. Luego la percepción retorna liberada de su caparazón y el vacío se muestra como una fresca y fragante plenitud. Lo opuesto de esto es sin embargo, adicción a una ironía estéril. En lugar de destruir lo sagrado, que es una forma de blasfemia que contrariamente expresa verdadera reverencia – adoración en espíritu y verdad – la constante ironía y el escepticismo nos consumen. Ello nos dice que nada es sagrado. Que cualquier cosa que tome la forma de una experiencia genuina de verdad es inmediatamente pisoteada por un tipo de juicio salvaje, una anarquía del espíritu. Durante la Cuaresma, recordamos la importancia de esto – las estatuas y crucifijos en las iglesias católicas no son destruidos sino cubiertos con telas de color púrpura. Pero el propósito es agudizar nuestra habilidad para reconocer lo divino en su momento de revelación, lo cual, en lo que al ego concierne, es también el momento de su desaparición. Recitar el mantra nos enseña esto directamente.
Laurence Freeman OSB
(Traducción de Teresa Decker)