"El corazón es engañoso más que cualquier otra cosa; es perverso - ¿quién lo puede entender?" Esta visión del profeta Jeremías sugiere una respuesta diferente y menos consoladora al auto-conocimiento. El corazón es definido usualmente como el lugar del conocimiento espiritual y del discernimiento verdadero. Es el sagrado punto central de la conciencia, un tabernáculo de la presencia divina. Conocer tu corazón es conocer a Dios. Sin embargo el corazón está muy cerca de aquella otra zona del yo bíblico, la barriga, donde la turbulencia de la emoción y de la pasión nos azota con tormentas repentinas. Las fuerzas de este aspecto de nuestro yo facilmente ensombrecen al corazón y hacen que parezca, al menos temporalmente, que hemos perdido el corazón totalmente. Pero confundir la barriga y el corazón de esta manera nos hace sentir inseguros: ¿Somos tan inestables y tan impredecibles? Mientras estemos en este viaje no podemos ser nunca complacientes sobre los grados de compostura o paz que creamos que hemos alcanzado. Los padres del desierto nos advirtieron que estuviéramos siempre vigilantes y listos para ser humillados por nuestra propia inestabilidad. Por eso la Cuaresma nunca ha tenido que ver con el perfeccionismo y con ganar méritos. Tiene que ver con la humildad, que es auto-conocimiento, y que también significa saber que hay areas de nuestro yo que no podemos conocer con certeza. Por un rato puedes sentirte solidamente anclado en el corazón. Equilibrado, resistente, compasivo, centrado en el prójimo. Pero se han formado apegos de manera imperceptible, y con ellos, ilusiones. Cuando la realidad amanece y deja al descubierto estos eslabones débiles en la cadena, toda la cadena parece despedazarse. De pronto podemos ser hundidos en el desconsuelo, la ira y la tristeza. Al formarse la tormenta, podemos estar concientes de que este estado es temporal y que podemos asimilarlo. Pero también podemos sentirnos totalmente incapaces de controlarlo.
Al final de la lucha que tomó todo el día la salud del corazón se restaura. Como con Jesús en su Pasión, la voluntad del ego se adapta a la fuerza divina del amor. Este amor sin control surge de manera inesperada y barre con todo a su paso. Sólo cuando el equilibrio es restaurado podemos ver que lo que parecía fracaso y desilusión - y lo era- era en realidad, más verdaderamente, gracia y crecimiento.
Laurence Freeman OSB
(Traducción de Antonio J. Sosa)