Existen algunos períodos de tiempo que definitivamente se convierten en el símbolo de lo que acontece en toda nuestra vida. Si estos momentos los vivimos conscientemente, en especial los míticos cuarenta días de Cuaresma, asistiremos a un viaje que refleja cada proceso de nuestra vida y experiencia. Comenzamos a vivir, a veces desfallecemos, luego nos recuperamos, aprendemos de los errores y el sentimiento de éxito se alterna con el del fracaso; esperamos al final volver a surgir con la integración y claridad que implica un alto nivel de conciencia, viendo sin mayor esfuerzo que hay un camino más allá del éxito y del fracaso. Muchas personas están temerosas tanto del éxito como del fracaso. Una persona de negocios que es promovida a una mejor posición, en la que es envidiada por otros, puede sentirse ansiosa y dudar de sí misma, aún cuando todos los que están celosos de él o ella lo feliciten. Cuando se tiene una ambición de lograr algo, el éxito es agradable; una vez que éste ha llegado, se convierte en un desafío a la auto-estima y fácilmente puede generar miedos o temores, por ejemplo, el no ser capaz de cumplir la nueva posición que se ha logrado. Lo que a menudo mantiene a la gente en la carrera por el éxito, es simplemente el temor de cómo serán vistos por los demás si rechazan lo que todo el mundo anhela, por lo tanto si dejan pasar la oportunidad y no demuestran tener "hambre" en la vida empresarial, se convierten inmediatamente en una presa. En este momento, las personas viven el efecto de perderse pero en el camino equivocado. Realmente han perdido la posibilidad de ser ellos mismo y tienen que esperar que la rueda de la fortuna gire en contra de ellos para poder encontrar esa capacidad restauradora de sí mismos, en caso, por supuesto, de que ellos aún puedan reconocerse. Sólo trabajando en el espíritu de servicio y responsabilidad con otros se evita esta trampa. Por lo tanto, el vacío del "éxito" es una lección valiosa acerca de la naturaleza del trabajo espiritual. Sólo podremos decir que hemos empezado el trabajo de la meditación cuando hayamos podido, al menos reconocer, y habiendo reconocido, dejar ir el deseo de triunfar en ella. El ego siempre se aferra a lo que conoce mejor - él éxito como la supremacía del individuo. En este sentido, el ego debe atenuarse de ir más allá del deseo espiritual, incluso del deseo de Dios. Sólo la práctica regular, constante, con lealtad profunda, permite que esto pase.
Laurence Freeman OSB
(Traducción de Mile Flautero y Enrique Lavín)