Los miembros de una familia que está en duelo tiene que ser respetada en sus estados de ánimos cambiantes según el momento. Podría ser que en un momento de sociabilidad, en una cena con risas y conversación, de repente la sombra de la pena y la pérdida puede envolverlo todo.
La persona afectada tiene que dejar a quienes le acompañan, mientras que todos entienden y sienten hasta cierto punto lo mismo. Tal vez nuestras propias almas y el mundo en sí mismo no son diferentes a este mosaico cambiante de luces y sombras que cubren todo el paisaje, en un día de viento, nubes y sol. En la historia del Evangelio de la Pasión que hoy comenzamos con la última Cena hay un efecto de claroscuro. La luz brillante de la presencia de Jesús celebrando con sus discípulos, cantando salmos, bebiendo vino y unidos en la fe y en la amistad. Esta escena contrasta a veces horriblemente con la racha oscura de la traición de Judas y la inminente detención de Jesús, que es arrastrado a su juicio-espectáculo. En Juan es donde encontramos que las últimas enseñanzas de Jesús alcanzan un nivel sublime de auto-exposición y divulgación de la verdad. Casi todas las líneas de los discursos de despedida, ofrecen un material para toda una vida de contemplación e investigación.
La alegre convivencia de la vida no siempre se las arregla para coexistir con un trágico sentido de la pérdida y la pena, y no funciona el tratar de forzarlos prematuramente. Sin embargo, cuanto más nos mantenemos en el corazón de estas contradicciones, más se lleva a cabo una reconciliación milagrosa. Esta fusión de contrarios puede ser entendida pero no creada por el pensamiento.
Todo el sentido de la cruz está contenido en esta última comida, vivida con la familia y los amigos. Ella nos mostrará su significado, si sabemos esperar.
Laurence Freeman OSB