Uno de los héroes del Dalai Lama, según dice él mismo, es un hombre de Belfast quien un día, cuando era un niño regresando de su escuela, fue herido de bala y cegado de por vida por un soldado inglés. Cuando Richard Moore regresó del hospital a casa, su madre lo llevó aparte para decirle dos cosas. Primero, que él nunca volvería a ver de nuevo y segundo, que él jamás debería de odiar al británico. En una de sus visitas a Belfast organizada por la Comunidad, el Dalai Lama conoció a Richard y aprendió cómo él recientemente había iniciado una organización de beneficencia para niños que sufren de violencia y conflictos emocionales. Él mismo era un testigo viviente de lo que los maestros de la no violencia de todas las tradiciones enseñan – que es posible, no importa lo imposible que parezca, trascender el instinto reactivo de odio y de venganza que surge y generalmente nos domina, después de que hemos sufrido a manos de otros. La manera más importante de lograr lo que parece imposible es verlo. Una vez que cualquier cosa es vista y experimentada, no importa que tan inalcanzable parezca, se entra en el reino de la posibilidad. Para verlo de esta manera tenemos que cerrar nuestros ojos a las imágenes ilusorias que en realidad indican una ceguera espiritual. Cuando en los Evangelios Jesús sana al ciego – el hombre ciego de nacimiento o el mendigo ciego Bartimeo – Él no está trabajando sólo en el nivel físico. Con su vista recuperada, los hombres pueden ver con una claridad y una viveza que los llena y les da el coraje y la decisión que solamente la visión de la realidad puede despertar en nosotros. En ambos casos ellos lo siguieron. La meditación es simultáneamente, un camino de fe y un modo de visión. En la medida en que la fe se profundiza, la visión se vuelve más clara; y cuando vemos con suficiente intensidad y viveza, ya hemos cambiado nuestra dirección. El instante real de cambio – como el de una resurrección de los muertos – siempre está oculto en el momento en el que el grado de visión alcanza el punto crítico. Nunca podremos ver a Dios como un objeto sino sólo participar de la visión que Él tiene de nosotros, que – como nuestro ego admite a regañadientes – no es el final de la historia sino parte de una visión infinitamente más grande de la que podemos imaginar.
Laurence Freeman OSB
(Traducción de Gerardo Mora)