En una ciudad que no conocemos, en un páramo, en un denso bosque o en una historia que tenga profundo significado, fácilmente podemos sentirnos abrumados y perder el rumbo. En estas circunstancias naturalmente buscamos el camino, no importa lo angosto que sea, o cualquier indicio que nos indique la dirección correcta. En la inagotable historia de la Pasión, Muerte y Resurrección que empezamos anoche con la liturgia del Jueves Santo de la Última Cena y el lavado de pies podemos encontrar la pista y las conexiones que necesitamos para darle un sentido a todo el resto. La clave para comprender la Eucaristía es el lavado de los pies. La Eucaristía es la clave para comprender la Cruz. Sin la Resurrección la Cruz tiene sólo dos dimensiones. Hoy nos enfocamos en el via crucis y en la liturgia de la Pasión y muerte. Para ello es fundamental el tiempo que le demos a narrar la historia. La escuchamos una vez más aunque la conocemos bien – o creemos conocerla. Cada vez que volvemos a contarla descubrimos nuevos niveles de comprensión porque hay detalles específicos que atraen nuestra atención por primera vez. El solo hecho de darnos el tiempo necesario para narrar la historia nos prepara para comprenderla mejor. A menudo estamos demasiado ocupados para escuchar dos veces una misma cosa y deseamos nuevos episodios y nuevas estrellas. Pero la veneración de la Cruz, aún luego de las oraciones demasiado vocales que la preceden, es hoy el aspecto más conmovedor y revelador de la perspectiva simbólica del significado de la muerte de Jesús. Al arrodillarnos y besar los pies de la cruz nuestra propia posición social o aún nuestro nivel de fe carecen de importancia. El acto de veneración es un acto libre de tal humildad que hace que por lo menos en ese momento, todos somos uno, todos iguales. Ser un discípulo nunca parece tan simple y tan gratificante. Al venerar la Cruz estamos venerando la verdad que sólo puede conocerse en la total entrega. Esta describe la Cruz misma como una absoluta entrega al amor. Como lo entendía John Main, al final no somos salvados por el sufrimiento de la Cruz sino por el amor que transmite a los que la veneran, y aún a aquellos que no lo hacen.
Lurence Freeman OSB
(Traducción de Patricia Jacobs)