Hace algún tiempo caminaba por el desierto de Arizona, disfrutando la sensación de libertad que ofrece el desierto. Al doblar una esquina en el camino, me encontré frente a una señal estatal que me informaba oficialmente "usted está entrando ahora en el Parque Estatal de Arizona”. De pronto el desierto se evaporó y me quedé con un parque estatal. A pesar de lo hermoso que era, algo se había perdido. El verdadero desierto no tiene señales oficiales. La señales que allí se encuentran, nos invitan en profundidad hacia el desierto, mas allá de toda señal, hacia una experiencia en donde la señal y su significado se convierten en uno. La meditación es el camino directo a ello.El desierto nos atrae y nos asusta. Nos atrae porque nos promete una realidad despojada de sus capas superficiales. Nos asusta porque a medida que cada capa se despega, nos acercamos a nosotros mismos y al espíritu de Dios y pareciera difícil distinguir entre ellos. “¿Me estoy volviendo loco? ¿Qué está sucediendo?” Nos atemoriza perdernos en el desierto de Dios – a pesar que nos sentimos atraídos a ello, como nuestro verdadero hogar. Sin embargo, el verdadero desierto del espíritu no es siempre lo que parece.¿Es mas fácil meditar en un lugar tranquilo, lejos del ruido y de la agitación de las ciudades? En cierta manera por supuesto que lo es. Lejos de la congestión y de la contaminación podemos enfrentar de mejor manera nuestros miedos y agresiones. Podemos escuchar de todo corazón el silencio de Dios. Sin embargo, una ciudad puede, en ciertas ocasiones, ser el mejor lugar para meditar, porque allí estamos enfrentados con formas de vida mas rígidas. Si queremos tomar la práctica con seriedad, entonces debemos asignarle un tiempo, debemos protegerlo y debemos abandonar los elementos mas distractivos de nuestras rutinas sociales e individuales. Sin un cambio en la forma de vida, los niveles de transformación mas permanentes se bloquean con facilidad. Finalmente lo interno y lo externo son uno.Pero existe otra razón para que el páramo de la ciudad sea mejor que el del desierto o bosque. A un anciano de los padres del desierto se le preguntó que opinaba de la historia de otro monje que se había aislado de todos en completa soledad. Todos lo elogiaron por su heroica espiritualidad. El anciano reflexionó y luego de un largo período de silencio dijo: ¿pero, los pies de quién lavará? Demasiada concentración en las metas y el progreso en la meditación de uno mismo, puede llevar a una impetuosidad contraproducente, en la cual colapsamos hacia la auto-fijación. La prueba última no es nuestra mente atenta o libre de distracción, sino nuestro amor por otros y el grado de atención plena compasiva que les entregamos.
Laurence Freeman OSB
(Traducido por María Rosa González)