Darse cuenta que uno realmente perdió algo envía un impacto a través de nuestro sistema, una punzada de dolor con miedo y confusión. Pueden ser las llaves del auto o alguien a quien amamos, la intensidad y la duración del impacto serán diferentes pero la resistencia inmediata de perder aquello que (pensamos) poseemos forma parte de nuestra psiquis.
A la par, cuando encontramos lo que hemos perdido nos llenamos con un grado más alto si cabe de gozo y gratitud. La posesión que creíamos haber perdido retorna a nosotros como un regalo, y cada vez que experimentamos el dar (o el darnos) nos tornamos más vivos, más generosos y más nosotros mismos.La vida misma nos enseña esta verdad sobre el perder y el encontrar, pero también podemos aplicarla y, hasta cierto punto, adelantarnos a los sentimientos de dolor y shock por la pérdida. Desaferrarnos, dejar ir. Cuanto mayor es el apego y la posesividad, peor es el dolor que ocasiona la pérdida. La desaferración constituye una especie de pérdida voluntaria: una paradoja que transforma la pérdida en encuentro.La Cuaresma – y cualquier disciplina sencilla de auto-control que pudiéramos haber optado por asumir durante los próximos 40 días – nos puede enseñar a desaferrarnos cada momento, con cada respiración, en cada reunión o encuentro, en cada relación. San Benito dice que la vida debería ser una Cuaresma constante por este motivo. Nos empoderar para vivir con una libertad y una espontaneidad, y en última instancia con una audacia que permite la floración de nuestra plena humanidad. Sólo tenemos que confiar y dar el salto. “El que quiera salvar su vida, la perderá”. Y este proceso de abandono lo haremos poco a poco: en este sentido, nuestra meditación diaria impulsa, precisamente, y sin duda alguna, este sutil cambio de sentido.
A la par, cuando encontramos lo que hemos perdido nos llenamos con un grado más alto si cabe de gozo y gratitud. La posesión que creíamos haber perdido retorna a nosotros como un regalo, y cada vez que experimentamos el dar (o el darnos) nos tornamos más vivos, más generosos y más nosotros mismos.La vida misma nos enseña esta verdad sobre el perder y el encontrar, pero también podemos aplicarla y, hasta cierto punto, adelantarnos a los sentimientos de dolor y shock por la pérdida. Desaferrarnos, dejar ir. Cuanto mayor es el apego y la posesividad, peor es el dolor que ocasiona la pérdida. La desaferración constituye una especie de pérdida voluntaria: una paradoja que transforma la pérdida en encuentro.La Cuaresma – y cualquier disciplina sencilla de auto-control que pudiéramos haber optado por asumir durante los próximos 40 días – nos puede enseñar a desaferrarnos cada momento, con cada respiración, en cada reunión o encuentro, en cada relación. San Benito dice que la vida debería ser una Cuaresma constante por este motivo. Nos empoderar para vivir con una libertad y una espontaneidad, y en última instancia con una audacia que permite la floración de nuestra plena humanidad. Sólo tenemos que confiar y dar el salto. “El que quiera salvar su vida, la perderá”. Y este proceso de abandono lo haremos poco a poco: en este sentido, nuestra meditación diaria impulsa, precisamente, y sin duda alguna, este sutil cambio de sentido.
Laurence Freeman OSB
(Traducción de Mónica Thompson y Dolores Pías)