(Traducción de Lucía Gayón)
29 mar 2011
Domingo, 2da semana de Cuaresma. Mensaje del P. Laurence
Un día, al calor del medio día, cansado y sediento, Jesús para junto a un pozo y le pide de beber a una mujer extranjera, de una tribu hostil. Sorprendida de que El ignorara la división entre ellos, pero también exuberante e independiente, ella lo desafia. Su conversación lo conduce a hacer la única revelación directa de sí mismo de los Evangelios. Normalmente su preocupación era el transformar la mente de la gente por sabiduría, en vez de darles etiquetas pre-fabricadas. Aunque Él es un nativo que se identifica con sus paisanos y su cultura, también se eleva a una perspectiva universal. Desde esta perspectiva Él hace una gran afirmación que inicia la evolución del significado de la religión en asuntos humanos, afirmación que hoy en día todavía se debate por lograrse. Los adoradores que el Padre quiere, son los que adoran en espíritu y en verdad. Este es el tema del tercer domingo de Cuaresma, que enfatiza lo que la Cuaresma nos enseña. La verdadera adoración resuena con lo que Simone Weil dos mil años más tarde llamaba nueva santidad. La santidad ya no se puede identificar con el cumplimiento de una serie de reglas y de tradiciones. Ser santo significa ser simultáneamente hijo de Dios y ciudadano del mundo. Esta revolucionaria y magnífica visión de la excelencia humana eleva el espíritu humano pero también llena nuestra psique con un sentido de dolorosa pérdida y de nostalgia. Pareciera que lo local se ha evaporado o se absorbió en lo global. La gente religiosa que ama su cultura y sus tradiciones encuentra difícil el enfocarse más allá de sus límites en un horizonte más distante sin sentir que han perdido, o incluso, traicionado sus propias raíces. Este es el costo de negarse a uno mismo.De hecho, la universalidad de la mente de Cristo no es como nuestra globalización contemporánea. En vez de borrar las diferencias, las celebra, pero en un catolicismo, en una universalidad que redefine lo local y niega la indulgencia egotista de competir con otros. Esta es la dirección en la que aún nos movemos, torpemente a veces; pero, afortunadamente, no hay vuelta atrás. Laurence Freeman OSB