20 mar 2011

Jueves, 1a. semana de Cuaresma. Mensaje del P. Laurence Freeman OSB

Un día me dijo un abad Budista que él no pensaba que se pudiera esperar que los laicos – es decir, hombres y mujeres del mundo, que trabajan, que cuidan a sus familias – meditaran. Esta es una perspectiva muy común en el mundo monástico incluyendo monjes que no meditan. Pensaba yo en esto mientras caminaba, después de mi meditación, por las calles festivas de Dublín al anochecer de la celebración de la fiesta de San Patricio. No se le podía llamar ambiente monástico, pero había un ambiente de buena fe y de gran espíritu. Tal vez ahora, mientras escribo, ya se haya pasado del nivel de atención meditativa. Pero si no se convierte en algo salvaje y destructivo ¿Qué hay en ello que sea incompatible con una vida en la que la meditación equilibra el quehacer diario y un compromiso regular al silencio y la quietud ayuda a mantener un nivel profundo y claro de conciencia y pobreza de espíritu? Hay personas religiosas con menos alegría y más lejos de tener una mente tranquila. Al empezar a meditar aprendemos que mantener nuestra atención en el mantra no es tan fácil como parece. Nos mantenemos enfocados por unos segundos y luego la mente se escapa, como un perro sin correa, tras el rastro de cualquier pensamiento o sentimiento. Perdemos nuestra mente cuando nos intoxicamos o nos volvemos adictos o cuando nos obsesionamos por las metas externas o por cualquier tipo de actividad. Pero, lo que nos lleva a perder nuestro sentido de centralidad y claridad (pobreza de corazón, como Jesús le llama), no es tan importante como el saber qué es lo que nos llama de nuevo. Comprender la razón por la que volvemos a la práctica, incluso cuando fallamos o la abandonamos, es poder comprender que hay algo que trasciende las divisiones sagradas y profanas pues trabaja en y a través de ellas. Este es un elemento inexplicable del regalo de la gracia. El estar en contacto con esta intuición que nos lleva de nuevo a la atención, es la fuente de la esperanza. El mundo es un lugar confuso. En Dublín hay una celebración. En los monasterios hay silencio después de Completas. En Fukushima hay una gran ansiedad y un desesperado esfuerzo. Los tiempos de meditación – en Cuaresma y en cualquier día – unen todo en el todo incluyente y eterno – en la mente sin distracciones de Cristo.
Laurence Freeman OSB
(Traducido por Enrique Lavín)