Jesús pide radicalmente a sus seguidores que no hagan un espectáculo de su auto-disciplina – y que escondan, de hecho, que están ayunando. Su llamado nos hacer percatarnos sobre qué fácil nos podemos convertir en reinas del drama de la vida espiritual. La relación entre la forma en que nos sentimos y la forma en que nos mostramos se siente como turbia. ¿Rechinamos los dientes porque estamos enojados o solo para mostrar nuestro enojo? No es un problema, ni molesta que el tigre quiera atrapar a su presa. Pero lo que sí nos incumbe es la verdad y la integridad – precisamente porque muy fácilmente perdemos el hilo y, por consecuencia, sentimos que nosotros nos hemos perdido.
El sentimiento de que no somos verdaderamente nosotros mismos es algo que nos perturba y que nos hace infelices. El auto-dramatismo puede ser una etapa del descubrimiento de nuestro verdadero ser (y en consecuencia, de Dios), pero no es el fin del juego. En la meditación nos deshacemos de todo el dramatismo exterior y aunque por algún tiempo tengamos que ser testigos de ese actuación interminable y al rodar esas cintas emocionales y reacciones del ego, sabemos muy bien en el fondo que estamos jugando juegos. En la meditación no hay lugar para ello.Puede ser entonces la razón por la que sentimos que algo muy profundo nos cambia – aunque “no pasa nada”. Puede ser entonces la razón del por qué al meditar cada mañana y cada noche – como la mayoría de nosotros lo hacemos – meditando con otros – en el grupo semanal – esto sea mutuamente educativo. Cuando al ego se le aquieta por el silencio, entonces, cuando estamos con otros, ellos dejan de ser la audiencia que mira la obra teatral, pero se convierte en la comunidad para orar, para estar, para ser con.
Laurence Freeman