12 dic 2017

Reflexión de adviento 2017: Segunda semana

La quietud en la meditación, a pesar de las apariencias, es el carril rápido del espíritu.
Sin saberlo vamos cubriendo mucho terreno y no nos damos cuenta de ello hasta que
vemos que ya no podemos regresar. La gente deja de meditar por varias razones. Una
es la impaciencia; otra es el miedo de que vayamos demasiado rápido. El adviento es
una oportunidad de reajustar nuestra consciencia en esta extraña y fluida dimensión
de tiempo en que vivimos y morimos cada día. El amor duro puede ser esta llamada a
despertar.


Isaías aparece cautivado por la ternura dulcísima de Dios. Es diferente pero no
incompatible con el énfasis de la semana pasada sobre la separación de lo humano y lo
divino. En realidad nada es incompatible con Dios. Mientras mayor la diferencia, más
profunda la paradoja a resolver y entonces mayor el gusto en ver a los opuestos
unidos. Pero ¿el divino pastor? Si han visto a un pastor cerca de sus ovejas, podrían ser
sorprendidos por su forma de actuar. Por un lado duro, nada sentimental, masculino;
por otro lado, amable, atento, cuidadoso y gentil aun con las ovejas más débiles de su
rebaño.
Hoy nos encontramos con otro profeta, Juan Bautista, el último de los profetas pre
cristianos, de la misma edad que Jesús. La tradición lo imagina salvaje, sucio y enojado,
un asceta denunciando la corrupción y la hipocresía. Tal vez hay más que eso. Los
profetas se caracterizan por ser híper sensibles, solitarios, disfuncionales y poco
hábiles para comunicar su mensaje sin ofender a la gente de todos los sectores.
Pero su intención (la del profeta verdadero) es gentil: el bienestar y la salud de los
otros. La llamada a cambiar nuestra mente y nuestra manera de ver las cosas y ajustar
nuestro estilo de vida a esta forma de ser es dolorosamente amable. La gente que salió
al desierto a escuchar a Juan le preguntaba ‘¿Qué haremos?’ Estaban, – al igual que
nosotros muchas veces y más de las que nos damos cuenta – desesperados.
No hay mucho que nos llene más con un temor inconsciente que el ver nuestras vidas
perdiendo su sentido lentamente, sin descubrir lo que realmente debemos hacer con
ellas, tratando de mantener esa manera acusatoria de conocer nuestros errores y auto
engaños debajo de las olas de nuestra consciencia. Los profetas hacen que esto salga a
la luz.
Pero la tensión entre paciencia y urgencia se puede resolver, tal como vemos en la
carta de Pedro el día de hoy: ‘para el Señor, un día es como mil años’. Si vemos eso,
entonces las dos meditaciones al día se ven más factibles.

John Main dijo (proféticamente) que esto era el mínimo. Aun si nos lleva un milenio el
entender y cumplir con ello, la verdad siempre vale la pena de ser escuchada.
El profeta nos puede aparecer esta semana de varias maneras. Pero cualquiera que sea
la forma exterior, dura o amable, el efecto debe ser el mismo: lograr que la urgencia
de la vida dure un poco más hasta que podamos ver a la verdad acerca de nosotros de
frente. Tan duro como eso pueda ser, no podremos dejar de respirar con alivio al saber
que la verdad finalmente está al descubierto y que podemos dejar de seguir fingiendo.

L
ecturas bíblicas:
Is 40:1-5,9- 11; 2 Pe:3:8-14; Mc 1:1-8

Traducido por Enrique Lavin