26 abr 2009

EL VIAJE CONTEMPLATIVO DE LA MEDITACIÓN CRISTIANA: La experiencia de un retiro de fin de semana con Laurence Freeman osb en Los Teques - Venezuela

                           
Esa tarde del 17 de abril, cuando llegamos a Quebrada de la Virgen en Los Teques, había un aire fresco aún, pero que más bien se alejaba del frío de diciembre. Ya se había encimado el clima típico de la semana santa en Venezuela, un viaje hacia el creciente calor del verano, que nos daba un anuncio de la calidez que pronto sentiríamos en los 65 corazones.

Cenamos por primera vez juntos en un bullicioso comedor que no sospechaba lo que iba a ser la experiencia de silencio que se avecinaba. Era un grupo variado de distintos orígenes profesionales, geográficos y confesionales, aunque predominaban los caraqueños y los católicos: Caracas, Valencia, Maracay, Barquisimeto, El Tigre, Maracaibo y Londres eran las ciudades de donde veníamos; Católica, Luterana y Evangélica eran nuestras tradiciones espirituales; profesores universitarios, maestros de primaria y secundaria, ingenieros, economistas, físicos, médicos, teólogos, pastores, sacerdotes, seminaristas, monjas, catequistas, fotógrafos, músicos, etc, una variedad que enriqueció la experiencia del fin de semana. No hicimos presentación formal de cada uno sino que, una vez terminada la cena, entramos en silencio por todo el fin de semana para entender y practicar la oración cristiana en el siglo XXI: una práctica de meditación y silencio.

Después de la cena, el P. Laurence nos enseñó a meditar en la tradición de los padres del desierto en el s.IV, con la oración pura u oración del corazón, de la forma en que es reportada por Juan Casiano en sus Conferencias IX y X. Este tipo de oración, nos dijo, tiene que llenar nuestros corazones en el siglo XXI. Su esencia es cambiar de la mente al corazón, no orar con la mente sino con el corazón. Con la mente seguimos orando en otras oportunidades -el Padrenuestro, la Eucaristía, los cantos, etc. La oración del corazón es en absoluto silencio exterior y sobre todo interior. Con la repetición de una palabra sagrada o mantra –nos recomendaron “Maranatha”, la oración cristiana más antigua, en arameo, el idioma de Jesús- concentramos toda nuestra atención en dicha palabra y evitamos así que el diálogo de pensamientos, recuerdos, fantasías, preocupaciones y planes siga teniendo protagonismo y conduciendo nuestra vida.
                   
En otras palabras, salimos de nuestro ego, nos quedamos en absoluta pobreza de espíritu, y viajamos o peregrinamos a nuestro corazón, donde encontramos a la fuente del ser y la vida, al Dios que “simplemente es” y que decidió encarnar en la humanidad, darnos una lección de entrega total, sufrimiento y muerte en manos de sus enemigos, para luego resucitar y quedarse entre nosotros, residiendo en nuestro corazón.

Por 30 minutos hicimos esa noche por primera vez el ejercicio de tratar de mantenernos fuera de nuestro ego –renunciando a nosotros mismos y manteniendo esta ascesis de la mente- en la presencia de la última realidad. Fue una experiencia nueva para muchos, en la que sentimos, es verdad, relajación y tranquilidad, pero también y sobre todo, profundidad, significado, avivamiento de la fe y cercanía con Dios. El P. Laurence nos advirtió que no deberíamos esperar nada extraordinario en la sesión de meditación. Ni visiones, ni movimientos ni sensaciones especiales de bienestar. Los cambios vendrían después de perseverar por algún tiempo, algunos meses, cuando empiezan a manifestarse los frutos del espíritu en nosotros: fe, esperanza, amor, generosidad, paciencia, fortaleza, amabilidad, serenidad y humildad. Nos sentiremos más equilibrados, más seguros de nosotros mismos, más generosos, menos impulsivos y reactivos; y sobre todo, menos distraídos, más atentos a lo que hacemos, viviendo más en el momento presente, lo que estamos haciendo, el vehículo del amor.







Cada día, de 6:30 a 8:00 AM, nos sentábamos en la hermosa capilla de la casa de ejercicios a realizar nuestra primer ejercicio de meditación del día, rodeados de centenares e invisibles aves tropicales –paraulatas, paujíes, mineros y cristofués-, que cantaban cada cual desde su distancia un concierto polifónico que competía con el mantra por nuestra atención. Al principio fue difícil. Luego nos fuimos dando cuenta que los pájaros hacían un hermoso y armónico sonido, que era parte del contexto natural del bosque donde la casa de ejercicios estaba enclavada, en las verdes y húmedas laderas de Los Teques. El obstáculo a vencer no era el concierto de las aves, programado para el amanecer todos los días y en todas las montañas, el obstáculo era nuestro ruido interior, nuestro parloteo mental, que una y otra vez nos sacaba de nuestra concentración sobre la invocación “Maranatha”.




En tres charlas diarias de una hora, el P. Laurence nos fue enseñando el sentido de la oración como la elevación o unión del corazón con la última realidad, con el Dios presente en el corazón de cada uno de nuestros hermanos, la oración con pocas palabras que Jesús nos enseñó -Padre Nuestro- , con la que hasta ahora hemos estado más acostumbrados, y la oración contemplativa que también Jesús nos enseñó, la que se realiza en nuestro cuarto secreto –el corazón- donde tenemos que estar atentos, vigilantes, despojándonos de nuestro ego y entrando en la corriente de amor entre el Dios encarnado y el Padre, que es la oración de Cristo. Entendimos que orar es entrar en la corriente de ese amor, aunque sea por media hora cada vez, dos veces al día, todos los días, como recomendaba John Main osb, el maestro de Laurence Freeman osb.




Cuando finalmente se rompió el silencio después de la sesión de preguntas al final de la mañana del domingo, nos sentíamos extraños. Por algunos minutos nadie se atrevía a hablar, reír o hacer ruido. Era como si ya nos hubiéramos acostumbrado a esta paz que no queríamos dejar. En las dos horas que transcurrieron entre el almuerzo, la reunión de cierre, la sesión de fotos y la partida, se hicieron todos los contactos para seguir en comunicación y empezar a organizar grupos semanales de meditación por zonas. El ejercicio de este fin de semana nos enseñó que podemos y debemos orar con nuestro corazón y que en la oración contemplativa, las diferencias entre católicos, luteranos y evangélicos y, mucho peor, entre economistas, médicos, ingenieros, teólogos y educadores, no tienen mucha importancia pues estamos todos sumergidos en la corriente de amor entre Cristo y el Padre y aprendemos a escucharnos sin prejuicios y con paciencia. Ese es uno de los frutos de la oración contemplativa, la construcción de comunidad en paz.

AJS - Abril, 2009