La Anunciación. Esta debe ser una de las escenas pintadas con más frecuencia en la historia del arte. Una de mis versiones favoritas es la del pintor Pontormo del siglo XVI, que muestra a María subiendo una escalera, dándose la vuelta con un pie entre los escalones mientras se sorprende por la presencia del ángel detrás de ella. Captura la inocencia desprevenida de su juventud al encontrarse con un mundo más grande de lo que jamás había conocido o sospechado. A partir de este momento despierta del sueño de la infancia y comienza a ser una mujer que amará y sufrirá intensamente. Le dicen que Dios la conocerá. Dios espera y ella consiente.
Los Evangelios y, mucho más, la tradición posterior enfatizan la virginidad de María. Sea como sea que entendamos el significado de esta doctrina, evoca el estado de pura apertura y la capacidad de sorprendernos incluso por aquello que, durante mucho tiempo, hemos deseado con fuerza. En el mundo antiguo, la virginidad se consideraba una condición espiritual elevada, aunque frágil. En la cultura moderna se lo considera divertido y pasajero. Pero estas son actitudes sociales. Una visión mística más profunda se encuentra en la idea monástica de recuperar la virginidad (dondequiera que el individuo pueda comenzar) como una armonía preñada de cuerpo y espíritu llena de potencia y esperanza gozosa. Esta es la disposición en la que el despertar, el nacimiento eterno, de la Palabra de Dios puede suceder en nosotros y la Palabra se convierte en nuestra propia carne. Creo que esto es lo que los Evangelios pretenden transmitir, pero requiere una lectura más contemplativa. ¿No te sientes más virginal, en este sentido, después de la meditación?
Se trata de una escena arquetípica e inolvidable que pone en marcha la vida de Jesús. El estado virginal de María permite que el diálogo con el ángel se produzca de forma inconsciente y sin que lo sintamos falso. De alguna manera, el creyente siente que realmente sucedió. Sin embargo, es siempre extraño. Lo que se discute entre María y Gabriel es un acontecimiento en el tiempo que impregna el tiempo de eternidad. El mismo evento arroja por los aires la dualidad de Dios y la criatura. Vuela más allá de la vista y cuando baja a la tierra, en su útero, estos dos son inseparables y uno.
El corazón puro de María, lleno de juventud, y su concepción de una nueva vida, se unen para crear una nueva expresión en el tiempo de la eterna no dualidad de Dios. La humanidad puede ver su propia fuente y su camino de regreso en la "desgarradora belleza de sus jóvenes". Desde Nazaret y Belén en adelante, esta belleza humana es ahora imposible de desenredar del Dios que siempre es más joven que nosotros. Incluso en los peores y más feos pensamientos o acciones de la humanidad, esta belleza siempre estará ahí para salvarnos de nosotros mismos.
Laurence Freeman OSB