18 dic 2017

Reflexión de adviento 2017: Tercera semana


Tenemos que excavar en profundidad a través de las decepciones y aun a través de la desesperación
para encontrar la fuente de la esperanza .Solamente en el lugar donde burbujea desde los intestinos de la tierra, la esperanza es más que un pensamiento positivo, cruzar los dedos, mantener la moral. Esa es la causa por la cual los profetas (todos tenemos una pizca de profeta dentro) parecen a menudo oscilar desde la oscuridad hacia la luz.

Hoy Isaías es todo luz. Tendrías que tener un corazón endurecido para no ser movido por su visión de un evento, una venida que trae alegres buenas nuevas a los pobres, sana a los corazones afligidos, trae la libertad a los cautivos del miedo o de la fantasía y deja libres a los prisioneros. En Navidad mucha gente recuerda esta esperanza, y se siente conectada a esta fuente, fresca y simple. Es por eso que la Navidad es sobre un nacimiento y por eso los niños y la Navidad se llevan tan bien.


Esta visión esperanzadora del escenario humano está usualmente enterrada profundamente en el ruido y las luces y la excesiva indulgencia de las festividades. Inevitablemente, oiremos hablar del impacto que la Navidad produce en la economía; mucho menos nos enteraremos sobre los refugios para los sin techo atendidos por voluntarios, la gente que busca y reconforta a aquellos que han perdido sus hogares, familias y sustentos a causa de la guerra y son mirados por sus nuevos huéspedes con suspicacia y hostilidad.

¿Cuánto deberíamos escarbar para encontrar esta fuente de esperanza que nos haga encarar las inhumanidades de la humanidad y no desistir de tratar de hacer del mundo un lugar más amable y más justo? Después de todo, muchos que se iniciaron de forma idealista, se convirtieron en cínicos. La política sofoca el propósito. Y muchos más tal vez se quemaron en el proceso, dándose generosamente pero de forma imprudente en senderos que rompen la mente o el cuerpo.

Pablo nos dice “oren sin cesar”. Esto no significa pasar todo el día en la Iglesia, Mezquita, Templo o Sinagoga. Tampoco significa pensar sobre las realidades divinas todo el tiempo. Significa desbloquear el canal de consciencia que es el continuo flujo puro de oración en nosotros.

Una vez me senté a meditar con un reducido grupo en mi habitación de meditación en Bere Island. Luego un horrible olor y un preocupante sonido de gorgoteo vino del baño cercano. Se estaba inundando.  Malas noticias, como lo leemos cada día. Mi primo, que es un experto  en todo, dio una vuelta y temía que fuera el tanque séptico. Gran problema. Más tarde, cuando caminaba por afuera, vi un agujero por donde la tubería llevaba desde el  inodoro al tanque. Miré en el agujero y vi una piedra alojada allí. Apenas creía en mi suerte y radiante de orgullo saqué la piedra y a partir de ahí, todo fluía de manera correcta.

No necesitamos tratar de orar continuamente. Solamente debemos remover los bloqueos y gozar de lo que Pablo llama el silencio, la integración de cuerpo,  mente y espíritu. Este es el entendimiento bíblico del ser humano - la triple dimensión que eleva la dualidad de cuerpo y mente hacia la trascendencia. La tercera dimensión, la más sutil, está claramente presente en el Evangelio de hoy, cuando Juan Bautista señala más allá de él, hacia “el que vendrá después que él”.

Solamente podemos decir mucho y ver mucho. Solamente podemos prestar atención a nosotros mismos por mucho tiempo. Si no removemos el bloqueo de la consciencia que nos atonta a nosotros y al mundo, estaremos mirando interminablemente sin ver y hablando tanto que ahogaremos el silencio sanador de la vida. El Bautista dice “hay alguien entre ustedes a quien no reconocen”.

Qué cosa tan esperanzadora a decir…

Traducción: Marta Geymayr WCCM Paraguay