4 dic 2016
Segunda Semana de Adviento (Escrito de Laurence Freeman OSB)
La semana pasada veíamos al Adviento como una iluminación del deseo. Los seres humanos, criaturas sujetas al deseo, experimentan crecimiento en la auto trascendencia y a través de la transformación del deseo – lo que queremos y cómo lo perseguimos. Eventualmente, vemos que no sólo queremos lo que nos gusta, sino que también buscamos la felicidad de los otros. En ese auto reconocimiento nos expandimos hacia el reino, libres de la órbita auto centrada de nuestro sufrimiento. El catalizador de esta transformación es el descubrir progresivamente que somos deseados por un amor más allá de nuestras fantasías más locas.
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El Adviento es un tiempo para apreciar cómo este deseo que trasciende al horizonte de eventos de nuestra imaginación se nos acerca con toda la dulce majestad de su quietud. Sin embargo todo esto será poesía hasta que no meditemos. Entonces se vuelve ‘experiencia’ – pero más allá de lo que normalmente consideramos experiencia. Los primeros pensadores cristianos, quienes diseñaron las bases para esta teología, cambiaron nuestra antropología en el proceso. La manera en que entendemos a Dios cambia la manera como sentimos respecto a nosotros. San Gregorio Nacianceno, por ejemplo, escribió en el siglo cuarto que en Jesús la Palabra de Dios se vuelve su propia imagen en lo humano, ‘para unirse El a un alma inteligente, purificando igual con igual’. Esta inspiración nos permite imaginar este misterio central de la fe cristiana desde adentro tanto como un evento externo.
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Dios se forma en lo humano más allá del horizonte de eventos del cosmos. Pero ese horizonte está igualmente presente en el misterio más profundo y brillante del alma humana. Así podemos hablar de dos nacimientos de la Palabra – en Dios eternamente y en mi alma finita. Y llega en tres olas, en el gran Principio de todas las cosas, en Belén en una fecha desconocida y en el impredecible fin de los tiempos. El truco de nuestro Adviento, en este año del Señor 2016, es o relacionar todo esto con la histeria materialista del Viernes Negro, con los adornos y el sentimentalismo y con los árboles de Navidad en las plazas públicas – o, mejor tal vez, distinguirlo puntualmente.
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Esta manera en que Dios se vuelve humano, desde lo lejos y desde adentro, es la gran revolución de la inteligencia humana. Y una vez que lo comenzamos a considerar, ya no volvemos a ser los mismos. Es algo que redefine al poder y la debilidad, la riqueza y la pobreza, el tiempo y la eternidad. En otras palabras, la Palabra encarnada hace explotar la bomba de la paradoja de la realidad. Ya no nos permitirá más la solución barata de las respuestas duales. Hemos sido sumergidos en la realidad más profunda aún que el átomo.
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Y somos atraídos a esto casi en la misma medida que le tememos. Pero en este Adviento – y al encontrarnos con lo que viene hacia nosotros, descubrimos la alegría de ser, la libertad de amar y el gozo supremo de coparticipar en la fuente de la vida en nosotros.
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En la Amazonia hay un tramo en que los dos grandes ríos, el Amazonas y el Río Negro se encuentran. Su confluencia es dramática, el río color negro y río color café. A lo largo de seis millas van uno al lado del otro sin mezclarse debido a las diferencias de temperatura y velocidad de flujo. Pero eventualmente se reconocen mutuamente como agua y se vuelven uno.
LAURENCE FREEMAN
Traducido por la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana - México