Somos criaturas sujetas al deseo...
Hemos estado esperando que llegue el Adviento la mayor parte del año. (La Palabra se encarnó el 25 de marzo, en la fiesta de la Anunciación). Pero, como una semilla en la tierra, que crece en silencio, día y noche, su silencio comienza a poderse escuchar en las cuatro semanas de Adviento. Si podemos ser capaces de escuchar el volumen del silencio de la Encarnación, que aumenta poco a poco en esta temporada de expectativas intensificadas, estaremos mejor preparados para celebrar la Navidad como espera ser celebrada.
La natividad en nuestro mundo sensorial de lo humano que se diviniza y el Dios que se humaniza es infinitamente misterioso – y por lo tanto se pierde en el bullicio de las fiestas navideñas. Se revela y se oculta simultáneamente. En Adviento comenzamos a percibir que Dios es a la vez muy intrépido y muy tímido.
El Adviento está dividido en cuatro, así que tomemos la experiencia de esperar en ese número de etapas. La primera es la sorda percepción de que hay algo que esperar. Más que pensarlo, esto se siente. El sentimiento de espera, sin embargo, agudiza nuestra consciencia y permite que nuestro yo despierte. Es de llamar la atención que seamos llevados a la consciencia plena por el anhelo, por el dolor de no tener lo que deseamos y que ni siquiera sabemos definir correctamente. Pero el homo sapiens es una especie naturalmente descontenta y siempre en busca de algo más. Nuestras satisfacciones son maravillosas pero no duran mucho. Satisfacer un deseo pronto nos muestra que ese sentimiento de estar incompletos que posee a nuestras siempre cambiantes personalidades no está concluido. Antes que la espuma de una ola de éxito llegue a la playa, otra se está formando atrás de ella. Somos criaturas sujetas al deseo. Por tanto, fatal e instintivamente interpretamos cada momento como doloroso o placentero.
Conforme vemos esto, maduramos y nos volvemos mejores para educar a los jóvenes. Nos volvemos tiernos y llenos de compasión hacia ellos. Nos divierte y emociona ese estado de éxtasis al que llegan cuando ven sus esperanzas, simples pero intensas, realizarse. Pero también nos permite ser conscientes de cómo debemos ayudarles a darle forma a sus deseos y cómo debemos de cumplir nuestras promesas.
A través de esta toma de consciencia creada por el crecimiento aprendemos a centrarnos en el otro (al menos parte del tiempo). Vemos lo provocativo de la sabiduría de poner la felicidad del otro en el mismo plano que el nuestro. Y los niños son el ejemplo de esto.
No es sorprendente, entonces, que cuando la sabiduría de Dios nos llega, lo hace en un paquete humano. Como un niño. Tenemos que cuidarle, reverenciarle, atenderle, cambiar sus pañales, confortarlo en Su llanto.
El regalo que hemos estado esperando satisface nuestro deseo de tal manera que hace que quitemos la atención de nosotros.
He visto adultos, a veces totalmente centrados en ellos mismos, atormentados por los desencantos de su larga espera, ser transformados por un niño recién nacido, elevados a una clase de felicidad que nunca hubieran logrado por el hecho de realizar sus deseos.
La humanidad también ha estado esperando, desde que fue liberada de su esclavitud al deseo. Hemos estado esperando que Dios irrumpa a través de las imágenes y deseos que hemos proyectado en los dioses que nos hemos creado. Dios nos toma por sorpresa. Llega como un bebé indefenso que tenemos que cuidar y proteger para que sobreviva y crezca. Hacemos de padres de Dios. Pero el crecimiento que sigue se vuelve maravilloso, tal como fue para María y José. Es nuestro 'camino espiritual'.
En cuanto a María, ella guardaba todas estas cosas en su corazón.
En la contemplación Dios nace en nosotros, el cómo se da esto no lo sabemos, pero en cierto punto sentimos los dolores del parto y un gran sentimiento de maravilla reemplaza el ciclo del deseo.
El adviento tiene sentido pues el crecer significa una vida que se revela y se desenvuelve en nuevos niveles de experiencia y significado. El quehacer diario, desarrollar nuestras obligaciones, planear para las contingencias, tomar descansos para escapar de la rutina es todo el mismo nivel. Es el nivel literal en que el éxito y el fracaso son lo que parecen pues así son denominados por los otros. Pero otro nivel se manifiesta en donde todos estos juicios y actividades también aparecen como simbólicas, reflejando otra dimensión de la realidad, expresando una nueva forma de ser, una auto consciencia fresca que nos impulsa desde un atormentado mundo de juicios e insatisfacciones a un entorno pleno con la maravilla del intercambio de dones y una inocencia real y no sentimental.
La manera de llegar a esto es paciencia, el arte contemplativo de la espera. Hemos perdido este arte de sabiduría práctica en nuestro mundo moderno, pero la meditación lo restaura. Un adviento contemplativo nos devolverá el encanto por la Navidad, liberándonos del tedio del crudo consumismo.
Pacientemente, nos volvemos conscientes de qué es lo que estamos esperando al tiempo que se nos va acercando a través de los espacios interestelares, enfocado en nosotros, deseoso de nosotros, transformando qué y cómo deseamos al tiempo que nos vamos volviendo más específicamente conscientes de ello.
Emily Dickinson se preguntaba:
Las noticias, al viajar, cómo sentirán
Si tuviesen corazón
Descendiendo en la morada
Como dardo entrarán
Somos humildes criaturas esclavas del deseo. Así que simplemente repetimos el ciclo de dolor y placer hasta entender que somos deseados también. Aquello que realmente anhelamos - el amor que nos crea - ya nos escogió. Por eso es el anhelo. Y es lo que anhelamos porque Dios, de hecho, nos anhela también.
Laurence Freeman OSB