Por cuarenta días y noches – y más – hemos estado en el desierto. Y ahora, en el Domingo de Pascua,
con el sol que surge, hemos dejado atrás la parte más difícil.
La manera en que vemos el desierto se ha transformado. Vemos las mismas cosas, las rutinas de la vida continúan como antes, los árboles y las nubes son lo que eran, los políticos y los banqueros, los artistas, los terapeutas y los monjes hacen lo mismo que antes. Volveremos a cambiar pañales y seguiremos llenando nuestro tanque de gasolina. El peregrinaje de nuestra meditación continúa, mañana y tarde.